lunes, 4 de octubre de 2010

Cillit Bang Bang

Procedo a mirar a ambos lados del pasillo antes de encerrarme en casa. Un nuevo temor sacude mi ya de por sí temerosa mente. A partir de este momento, nada será lo mismo. No podré salir a la calle sin tener miedo de encontrarme con ella. ¿Y quién es ella? Nada más ni nada menos que Irma Soriano, buscando venganza por aquél que hundió públicamente la imagen del producto que anunciaba. Si algún día aparece, estaré preparado. La  esperaré con un crucifijo en una mano y una estaca en la otra. Sólo le pido a Dios que no venga acompañada por la ultraforzada, pseudoandaluza y estereotipada chacha que lleva años acumulando mierda en la mampara de la bañera y necesita un milagro para no quedar como lo que es delante de toda España, una Guarra, así, en mayúsculas.

Desde hace unos meses, los internautas hemos vivido bajo el bombardeo del anuncio a todo volumen, color e "interactivo" (a cualquier cosa le llaman interactividad) en varias páginas webs de Cillit Bang, casi forzándonos a abandonar la tecnología para siempre, dejarnos barba, coger un maldito libro e irnos a leer bajo un árbol junto a cabras, ovejas, pajarillos, Heidi y Clara despeñándose por una montaña. Ante Dios juré no comprar jamás Cillit Bang, por cansinos. Pero llega un momento en la vida de todo hombre en la que tiene que tragarse sus palabras.

Naces, creces, te reproduces y mueres. Si eres hombre y te encuentras entre el punto de crecer y reproducirte, te habrás encontrado en una situación similar. Encuentras un trabajo, mira qué bien, te ves con dinerillo y decides abandonar el confortable nido en el que tus progenitores se han partido los cuernos para darte todo lo que estaba a su alcance. Es hora de decir la verdad: somos peores que las mujeres, en todos los sentidos posibles. Desorganizados, cabezones y, cuando las condiciones son propicias para que las influencias sociales y culturales estén ausentes, unos guarros. Aunque no tanto como la Guarra, así, en mayúsculas, del anuncio de Cillit Bang. Pues bien, aquí viene el desenlace de toda esta parrafada. Sí, tenía un sentido. Un buen día, me dí cuenta de que los platos no se habían fregado desde hacía días. A pesar de vivir solo con mi fiel Jacob (al cuál le he enseñado a hacer el muerto y darme la patita, no a fregar platos), me sorprendí de cómo había llegado a tal situación. Ya que fregarlos en tal estado me pareció inconcebible, tiré la vajilla, cristalería y cubertería completas a la basura. True story! Muerto el perro (con perdón por Jacob), se acabó la rabia. Pero eso no era todo. Una fina, pero pegajosa capa de grasilla quedó adherida al fregadero.

Cinco de la tarde. Mercadona. Cillit Bang enfrente de mí y un gran dilema en mi mente. Sólo podía oír las voces de Irma Soriano y la Guarra, así, en mayúsculas. Nunca subestiméis el poder de un publicista agresivo. ¡Nunca! Odiando a Irma, a la Guarra, al publicista y, en mayor parte, a mí mismo, me llevé Cillit Bang a casa por el módico precio de 3,95 euros, IVA incluido. Y todo para corroborar lo que ya sabía: que no servía para nada. Ahora vivo engañado, con una fina, pero pegajosa capa de grasilla en el fregadero y vasos, platos y cubiertos desechables como único menaje del hogar.